martes, 12 de octubre de 2010

AMOR Y ODIO EN LA TRANSFERENCIA

“¿Qué será para nosotros el sentimiento, el afecto, la pasión? No responderemos desde una reflexión objetiva, en tanto psicoanalistas nos implica en la dimensión del acto.
(…) Se trata del afecto, de aquel que intenta remediar por el amor o por el odio la situación que todos padecimos para instituirnos como sujetos: el exilio.
Cada uno de nosotros sufrió en momento instituyente, desde el inicio simbolizado en el modo en que nacemos, homólogo al que Caín sufre en relación a Dios, tiempo sin otros recursos. Un exilio que nos enfrenta al extremo desamparo. ¿Qué hacemos los humanos ante ese desamparo?: nos consolamos como podemos y uno de los modos mejores, cuando no es de los peores, es el amor. El amor es el afecto que surge ante la presencia del otro, del otro con el cual intento un consuelo ante mi exilio.”
Isidoro Vegh

“El analista cura menos por lo que dice y hace, que por lo que es”
Jaques Lacan

Amor que en análisis surge junto al surgimiento de una demanda, la que siempre es demanda de amor, de consuelo. Esta demanda de amor sostiene la transferencia en sus inicios, y sujeta al analista en ese lugar de sujeto supuesto saber. Un sujeto que reclama solución a su sufrimiento al analista, como si este supiera lo que al paciente le falta para dejar de sufrir.

Suponerle un saber a alguien corresponde a la intersección entre lo simbólico y lo imaginario, concordando con la pasión de amor. Amar el saber, luego amar a quien se le supone ese saber. Así Lacan sustenta la transferencia “en cuanto no distinguible del amor, mediante la fórmula del sujeto supuesto de saber”. Este es el lugar del amo, pero esto que el paciente ama de nosotros se ubica en el lugar de repetición que se da en la transferencia.

Sin embargo, para que surja la transferencia y la posibilidad de un trabajo analítico, debemos corrernos del lugar al que nos invitan a ocupar, esto es, el lugar de que tenemos el saber del inconsciente del paciente.
 Ahora bien, si no poseemos saber alguno acerca del inconsciente del paciente, entonces, ¿qué le ofrecemos al sujeto?, ¿cuál es la cura que le proponemos si no tenemos eso que él cree que le daría consuelo a su sufrimiento?
Por sobre un discurso pedagógico, acerca de las emociones y los sentimientos en función de la abstinencia sostenida por parte del analista, abstinencia a toda demanda de satisfacción y de amor, dispone a suspender el goce, invitando al sujeto al ejercicio de su palabra, propiciando así la emergencia del afecto tanto del amor como del odio, para que el sujeto se encuentre con la verdad de su condición faltante, efímera y pueda aceptar la verdad de su deseo y permitirse un nuevo posicionamiento, y un nuevo modo de ser en el mundo.

Del mismo modo, más allá del amor que nos demanda, el amor del sujeto también nos otorga el ofrecimiento de sus asociaciones e incluso sus actos cuando supone que eso esperamos de él. Es por amor que también concuerda con las líneas de interpretación o las formas de trabajo de cada analista.

Por esto, es requerido que el analista se ubique en el lugar de objeto, de pregunta, que confronte al sujeto con su incerteza, que ocupe el lugar de objeto (a). Entonces, para Lacan la transferencia no es interpretable, sino más bien es un lazo resistencial, pues nos ubica en un lugar del que debemos corrernos permanentemente y de esta forma, llevar al sujeto al encuentro con su falta, su propio vacío y el reconocimiento de ello.
Nuestra posición subjetiva, siempre responderá a esa demanda de amor porque hay un Yo instancia en el analista que también desea y demanda, es por eso que llevado a la radicalidad, podemos pensar que el lugar del analista es un lugar imposible, porque es un lugar de vacío, que sostiene la incertidumbre y escapa al amor de transferencia.
Ahora bien, en el paciente no sólo hay suposición hacia la figura del analista, también existe la de-suposición y ésta, se vincula con el odio en tanto se le desupone un saber. Para Freud, el odio surge como resto de la primera operación de clivaje. Por tanto, el odio se asocia con la relación más primitiva con el objeto, que podríamos pensarla como la hiancia instituyente.

Volviendo al análisis, el odio es una respuesta subjetiva ante el encuentro con lo real, es decir, al goce imposible, que conlleva a la destitución subjetiva en la lógica de la transferencia. En este sentido, el odio efecto de la desuposición de saber hacia la figura del analista, otorga consistencia al sujeto, le permite recuperar un valor de ser. Me refiero al sentimiento de odio que da cuenta de la temporalidad de la transferencia en la lógica de la alienación y su vinculación con la frustración de goce, antes de aceptar y asumir la verdad de su condición como sujeto en falta, lo que llevará al sujeto por la vía de la separación y fin de análisis.

Se trata de seguir la premisa lacaniana que versa; “Allí donde suponemos simbólicamente el falo es precisamente donde no está”, lo que argumenta justamente que sería un paso equívoco asumir el lugar de saber en que nos ubica el paciente, pues asumimos que poseemos el falo que a él le falta, haciendo imposible la instalación del dispositivo analítico y la dirección de una cura posible, en tanto el análisis quedaría en posición de sugestión. Desde aquí se podría sustentar la idea de que la transferencia se erige como una resistencia y como tal, no es interpretable.

J. I. SCHILLING

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